viernes

Resignación temprana





"Otra cosa es cuando este compartimento se queda parado, atascado en el avance de su monótono y elegante trayecto diario, donde las personas se ponen nerviosas y empiezan a sudar." 






Levántate, vístete rápido, huye de allí aunque lo que quieres es quedarte y lo que haces es extender el brazo hacia tu destino, no mires a nadie, haz las cosas automáticamente, súbete y bájate de los pensamientos de tu cabeza todas las veces que aterrizas en este mundo lleno de cenizas y raspaduras de carbón, luego mira al suelo y vuélvete para asegurarte de si estaba mirándote, aunque la estrechez de vuestras miradas sea tan estúpida que no sea reconocible, compruébalo.

Y reza por subirte a uno de ellos, cuadrados silenciosos llenos de cordialidad, amabilidad, respeto y miradas cómplices. Todo el mundo callado, respetando el espacio de los demás y sabiendo cual es su sitio. Mostrándose servicial para cuando alguien se baja de ellos y se despide con una sonrisa. Miradas al techo y el ruido de los engranajes, aparte de algún que otro mal olor, es todo lo incómodo, inhumano y detestable que puedes encontrarte en ellos, porque todo lo demás es sumamente bonito, incluso es tan elegante como cuando a una mujer se le asoma un tacón por debajo del vestido largo. Paredes que van con traje y corbata y te observan cómodas desde su hábitat buscando tu desapego de ese sitio en el que solo quieres salir para dejarlo atrás sin haberlo mirado, sin haberle prestado la más asquerosa de tus miradas para fijarte en todos sus detalles, porque solo es un medio que te lleva desde el más sucio de los quehaceres hasta el más mísero, ruin, exigente, holgado y galardonado tajo en el cual solo lo avistas desde las placas con nombres y entradas de protocolo.

Pero sales y qué haces, porque no sabes que hacer. Detestabas antes el mundo tan pequeño, tan lleno de hipocresía y asequible gentilidad, para despreciar la panorámica que avistas delante de ti, donde la frialdad de lo conocido y la calidez de lo inexplorado hacen de él un repugnante sitio donde la apatía se ha ido tornando en paralelo con la invasión de tintes grisáceos donde ponen la bandera sobre lo verde, aquello en el que algún lugar que tenga mismas tonalidades naturales son recogidas por los individuos como riquezas que comparten insólitamente con demás homogéneos suyos. Esos sitios son los que se llenan de personas que todavía no han detectado el degradado grisáceo que sufre su entorno y a los cuales empiezan a afectarles, pero son individuos que buscan cuidadosamente y sin consecuencia alguna el soma que los salve del mismo rizo que los hizo caer. Porque sí, porque la contemporaneidad de los tiempos no nos vuelve a todos conscientes de lo que hay que realizar, porque pocos se dan cuenta que se puede parar el propulsor que mueve al ventilador que impulsa el aire que nos traen de arriba, pero alguien tiene que saber ponerle el pie a la puerta antes de que se cierre para siempre, no todavía es tiempo de concebir en la realidad un grabado de miles de estampas semejantes que se unen en fila para ser adiestrado por el látigo cansino que no daña por su fuerza sino por su constancia.  No es de buen gusto aunar fuerzas solo contigo para salvar tus envejecidos y dorados platos agrietados, por eso, cuando de verdad el viento de arriba se vuelva contra su propio propulsor no serán solo héroes aquellos que llenaron sus pulmones de propio aire y expiraron viento en contra, sino aquellos que se ahogaron por absorber el viento opuesto y a la vez soplaron con la reunión de aires de todas las corrientes.

Y ya cuando una vez que vuelen todos en modo ascendente y que en las esqueléticas urnas donde se decide qué tipo de hilos usar expongan mapas positivos y miradas al tiempo desde la catástrofe hacia el continuo amparo, aquí, aquí es cuando los que vengan se llevarán mil y siete sermones sobre si deberían poner en duda si es necesario escupir puñetazos que escondan bolígrafos en las conciencias de un botellón.

Por eso es que sería el mayor placer sereno de todos esos el vivir en un ascensor siempre, pues la vida debería ser obligada a desarrollarse dentro de uno de éstos, donde todo se pida con corrección y así sea concedido, para dejar sitio al que entra y espacio al que sale, y que no se vean coartado a reaccionar de manera vehemente  por tener que acompañarlo a su destino a pesar de tener que esperar más para llegar al lugar codiciado. Y si llega uno con aires despectivos que quiere ocupar todo el ascensor, pues se le saluda desde fuera con gesto impávido y se le hace señas de que no es nuestra culpa. 

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